Queridos amigos, mi nombre es Leandro Grech, actualmente jugador de Unterhaching, Alemania. Nací, gracias a Dios, en una familia cristiana, y fue una gran bendición porque desde pequeño fui a la iglesia. Eso me llevó a escuchar desde siempre las enseñanzas de Dios en la Biblia, pero también crecí creyendo que todos los chicos de mi edad hacían lo mismo todos los domingos. A los 12 años, un domingo por la noche, escuché un mensaje que me tocó profundamente. Me di cuenta de que hiciera lo que hiciera, siempre iba a estar separado de Dios, debido a mi pecado. El único camino (Juan 14:6) hacia Dios era por medio de su hijo, Jesucristo. Él dio su vida en la cruz para limpiar con su sangre mis pecados, si es que yo estaba arrepentido, así que esa misma noche acepté a Jesucristo, reconociendo mis faltas y pecados.
La vida siguió su curso para mí, pero ya no me sentía solo, sino que sentía a Dios conmigo. Fui creciendo, y también fui conociendo nuevos amigos. Llegó la edad de la adolescencia, y yo sabía que era distinto; ¿por qué? porque tenía a Jesucristo. Pero para ser parte del grupo de amigos y no quedar como un pesado o que me hiciesen a un lado por ser “diferente”, yo no tocaba el tema de la religión ni nada parecido, así fui acallando al Espíritu, y cada día que pasaba era como si fuese uno de ellos. Como si no tuviese a Jesucristo. No es que haya hecho cosas aberrantes ni nada por el estilo, pero el simple hecho de no presentarles el evangelio (con el tiempo uno se da cuenta) eso sí era algo feo que yo estaba haciendo.
Fue pasando el tiempo y llegué a un momento de mi vida en el que Jesucristo no ocupaba el primer lugar. Llegué a jugar en primera a los 21 años. Era todo color de rosa, pero Dios tenía planes que yo no conocía, porque hacía mucho tiempo que yo seguía mi propio camino. Y Dios dijo “basta”, y me sacó lo que más quería en ese momento: el fútbol. Lo que ocurrió es que quedé libre de Newell´s Old Boys, pero creí que enseguida iba a conseguir un club debido a mi edad y a mi currículum, pero no fue así. Estuve sin hacer nada durante casi 6 meses, y entonces fue cuando verdaderamente conocí a Jesucristo. En el momento de más angustia y dolor Dios me respondió (Jeremías 33:3) y me hizo entender que Él era el dueño de mi vida.
Desde ese momento y hasta ahora vivo aferrado a Dios y confío plenamente en su Palabra, y en lo que Él dispone para mi vida. Hoy en día no tengo miedo de lo que me pueda decir o hacer nadie. Yo quiero llevar la Palabra de Dios donde Dios me lleve.
En todo momento, un ejemplo de fe que marcó y marca mi vida es el de mi mamá: una persona que siempre, en todas las situaciones confía en Dios y busca su dirección sea cual sea el problema que tenga. Ella siempre quiso corregirme en los momentos en los cuales yo estaba desviando mi camino, dándome consejos e invitándome siempre a ir a la iglesia para que no me desviase cada día más. Tengo varios versículos que me gustan, especialmente el de Romanos 8:31 al 39, concretamente los dos últimos. Los tengo grabados en un anillo que llevo en la mano derecha.